El juego de Ender, la tecnología de la Guerra y la Banalidad del Mal
El juego de Ender, la tecnología de la Guerra y la Banalidad del Mal
Jorge Manuel Sandoval Aguilar
El juego de Ender
(Ender´s Game) es una película estadounidense
de 2013 basada en la novela de ciencia ficción homónima de 1985 del
autor Orson Scott Card, La novela original es parte de una saga de libros
escritos por Card, de los cuales dos de ellos fueron galardonados con los
premios más prestigiosos de la ciencia ficción como lo es el Premio Nébula y el
Premio Hugo.
En este mundo
futurista, la humanidad se enfrentó a una raza extraterrestre a los cuales
denominan Insectores, quienes trataron de conquistar y colonizar la tierra. La
humanidad logra derrotarlos y detener la invasión gracias al legendario general
Mazer Rackham.
Muchos años después -donde
la historia de Ender comienza- la humanidad ha llegado a la conclusión que es
mejor estar preparados para futuros ataques, por lo que entrena a niños con
habilidades e inteligencia sobresalientes con el fin de convertirlos en
generales y comandantes de guerra. Los niños, según explican, tienen mayor
capacidad que los adultos de generar estrategias ingeniosas y derrotar a los
enemigos.
Después de demostrar
sus habilidades en una escuela de combate terrestre, Ender es ascendido y llevado a la Escuela de Batalla donde una y
otra vez demuestra su inteligencia y capacidad para formular estrategias que
derroten a sus adversarios. Ender es cada vez más reconocido por su habilidad,
por lo que va ascendiendo en grados, hasta que como parte de una última etapa de
entrenamiento lo llevan a una base militar ubicada en las cercanías del planeta
natal de sus enemigos. Llegado este punto, es definitivo que Ender será el
encargado de enfrentar a los Insectores, por lo que tendrá que liderar un
equipo conformado por algunos antiguos compañeros, amigos y no tan amigos.
Desde el día en que los
niños llegan a esta última base, los niños son sometidos a una fuerte presión,
convenciéndolos que el futuro de la humanidad depende de ellos. Se les somete a
largas horas de entrenamiento con cortos intermedios de sueño. Los niños
entrenan en un simulador, desde donde dan órdenes a todo un ejército de naves
espaciales. Cada vez que terminan una misión, la dificultad incrementa. Ender
es entrenado por el mismísimo Mazer Rackham, héroe que salvó a la tierra en la
primera invasión de los Insectores.
La presión de las
autoridades militares sobre los niños es implacable y aunque estos consiguen
casi todas las victorias en el simulador, el cual aumenta de dificultad cada
vez, su única derrota previa al día de la graduación se convierte en una fuerte
represión verbal sobre Ender, encargado del equipo. Finalmente, el día de la prueba
final se somete a los niños a la última prueba, donde tendrán que derrotar al
simulador en el nivel de dificultad máximo: un escenario espacial frente al
planeta de los Insectores, con los dos ejércitos frente a frente. Ender, a
cargo de la operación, se detiene un momento tras ver que las naves del enemigo
permanecen inmóviles y se toma un momento para tratar de intuir el pensamiento
de sus rivales. Finalmente se decide a atacar y tras desplegar una estrategia
de protección a su arma más poderosa capaz de causar una reacción en cadena que
destruya a todos los enemigos juntos, y sacrificando gran parte de sus naves,
Ender consigue dar un tiro certero que golpea el planeta, y causa una cadena de
destrucción que acaba con las naves, las reinas que comandaban las naves
enemigas y con todo el planeta de los Insectores. Los niños jubilosos celebran
la victoria y su graduación, aunque al volver la vista atrás y ver a las
autoridades militares que los acompañaron intuyen que algo raro pasa. Hay una
combinación de horror y celebración en sus rostros.
Finalmente, la prueba
final no era una prueba, sino la batalla real. Ender y los demás niños han
conseguido derrotar al enemigo sacrificando miles de naves terrícolas sin
pensar en los costos humanos, además de
acabar con toda la especie de Insectores. Ender no lo sabía, pero las
autoridades sí. Al descubrirlo, el buen humor y entusiasmo de Ender se
convierte en una cara de horror. “Seré recordado como el que acabó con toda una
raza” exclama Ender, mientras que el personaje de Harrison Ford clama “serás
recordado como el héroe que nos salvó”, “eran ellos o nosotros”.
Después de esta
historia podemos entrar al igual que Ender en una serie de reflexiones de corte
moral y ético. ¿Qué tan justo es declarar una guerra preventiva contra un
enemigo cuyas intenciones no conoces? ¿Cómo comandante de un ejército, es más
importante cuidar la vida de tus hombres o darlo todo en la batalla para ganar
la guerra sin importar el número de bajas? ¿Los tiempos de guerra y las circunstancias
hacen aceptable el que se utilice a niños dentro del ejército? ¿es mejor acabar
con la totalidad de los enemigos para prevenir que estos puedan atacar de nuevo?
¿Es la guerra un mejor medio para resolver los conflictos que la diplomacia?
Si de algo podemos
estar seguros, es que hoy es más fácil que nunca cometer un genocidio, y esto
gracias al avance de la tecnología de la guerra. En este mundo ficcional y
futurista, la tecnología de la guerra ha avanzado tanto que es posible destruir
todo un planeta con una sola arma y presionando un botón.
La tecnología de la
guerra ha avanzado infinitamente desde la antigüedad. Las peleas con espadas de
los tiempos del Imperio Romano fueron muy distintas al tipo de guerra que
pelearon los españoles en América, la Gran Guerra, la Segunda Guerra Mundial, Vietnam
y la más reciente guerra en Irak
Aunque en esencia las
estrategias puedan tener principios comunes, lo que ha variado es la tecnología
disponible para acabar con el enemigo, y la cantidad de personas que un solo
soldado es capaz de asesinar. En los tiempos del Imperio Romano matar a otra
persona en el campo de batalla implicaba un gran esfuerzo físico, pues las
peleas solían darse cuerpo a cuerpo y usando como armas espadas u otro tipo de
objetos punzantes; matar a un enemigo implicaba sentir como las armas
atravesaban su carne, oír crujir los huesos, ensuciarse de tierra y sangre del otro, además
de observar de frente a la muerte. Actualmente los drones militares permiten
pilotear una nave no tripulada desde la comodidad y seguridad de una base
militar y acabar con cientos de vidas solamente presionando un botón. La guerra
se convierte cada vez más en un juego de video, con controles y pantallas.
El cuerpo de los animales,
y por tanto de los humanos tiene dentro de su fisiología una serie de
mecanismos internos que les ayudan a defenderse en situaciones de peligro.
Cuando un animal se encuentra en una situación que pone en riesgo su seguridad
o su vida tiene dos opciones: darse a la fuga o quedarse y pelear. Para ambas
situaciones el cuerpo actúa de forma parecida: la amígdala se activa, grandes
cantidades de adrenalina se liberan hacia el interior, el flujo sanguíneo
aumenta e irriga a los músculos los
cuales se ensanchan y fortalecen, el pelo se eriza, las pupilas se dilatan. De
la misma forma que la fisiología prepara a los cuerpos para la lucha, los animales
tratan de intimidar al enemigo para ganar la batalla sin tener que luchar y
ponerse en riesgo, por lo que estos como las personas se mostrarán amenazantes
ante los agresores. En caso de que las dos partes se vean orilladas a luchar y
haya un vencedor, hay mecanismos tanto psicológicos como fisiológicos que harán
ver al vencedor más amenazante y al vencido menos, por lo que no será necesario
matarlo, y el vencido generalmente huirá. Lo anterior aplica tanto en una lucha
por una hembra entre borregos cimarrones, la lucha por determinar al líder de
una manada entre leones, la lucha por el territorio entre pandillas urbanas o en
una batalla entre dos ejércitos.
El avance de la tecnología
hace que cada vez se tome más distancia respecto a las víctimas y se les
deshumanice; es más fácil matar a alguien a apretando un botón que hacerlo con
tus propias manos. Las armas de fuego en su momento, las bombas y otras tecnologías
de la guerra han facilitado el asesinato en masa sin pensar en las
consecuencias o la humanidad de los enemigos. Es a esta deshumanización de la
muerte a la que la filósofa Hannah Arendt llamo la banalidad del mal.
Ender no sabía que la
matanza que estaba realizando era real, aunque fue él quien dirigió al ejército
y quien dio la orden de disparar el arma directamente contra el planeta Insector.
Por otro lado, las altas autoridades militares conformadas por adultos sabían
que la batalla era real, y decidieron no decir nada a los niños para no aumentar
más el gran peso que los niños estaban sosteniendo ya, aunque también para que
estos pudieran tomar decisiones fuertes sin tomar consideraciones sentimentales
o humanistas. Lo importante era ganar la guerra a como diera lugar. En este
mundo, los adultos obligan a los niños a
ensuciarse las manos. Al finalizar la película, Ender se lamenta de sus
acciones y renuncia a la guerra. A su corta edad, decide que dedicará su vida a
apoyar la búsqueda de la paz, y ayudar a restaurar a los Insectores.
La misma culpa de Ender
la sintió Claude Eeatherly, quien piloteó uno de los aviones de reconocimiento
y eligió a Hiroshima como blanco para dejar caer la primera bomba atómica usada
en combate, el Little Boy; un mal cálculo de la fuerza del viento hizo que la
bomba explotara sobre un hospital, y no sobre un puente como se tenía planead. Aunque
Eatherly volvió a casa condecorado y pudo retirarse del ejército a sus 29 años
no podía dormir, pues cada vez que cerraba los ojos lo atormentaban los rostros
de las víctimas japonesas quemadas y mutiladas; el dinero de su pensión lo
enviaba completo a las víctimas de Hiroshima y escribía múltiples cartas
suplicando el perdón de las víctimas. Eatherly procuró en los siguientes años
falsificar cheques, robar comercios con pistolas de juguete, asaltar bancos sin
llevarse el dinero, todo esperando que lo arrestaran o lo batieran a tiros,
para poder pagar los que pensaban eran sus crímenes, aunque poco le funcionó.
Vivió toda su vida ignorado por los medios de comunicación, y trató de ser
desacreditado por el ejército por “estar celoso” del militar que tuvo “el honor
de soltar la bomba”, y no fue reconocido hasta que el filósofo austriaco Günter
Anders escuchó su historia y escribió un libro relatando su vida y
reflexionando sobre el horror de Hiroshima y Nagaski.
Otro caso interesante
de manejo de la culpa es el de algunos veteranos de guerra estadounidenses que
pelearon en la guerra de Vietnam, quienes han decidido volver a vivir ahí ya de
ancianos. Vuelven a los mismos escenarios donde alguna vez montaron sus
campamentos militares, aunque esta vez lo que sienten no es el terror de su
juventud, sino paz. Vuelven porque después de la guerra no pudieron volver a la
normalidad. Muchos creen que su intervención en esa guerra tuvo poco sentido y
ayudan como parte de asociaciones humanitarias, otros han decidido recorrer el
país e incluso se han casado con mujeres locales.
La guerra es siempre
terrible, y como dije al principio, cada vez es más fácil cometer un genocidio.
La tecnología lo facilita. Como leí en una crítica de la película en
Sensacine.com, ¿Qué tan lejos está el operador de un Dron que bombardea
enemigos en Siria de Ender? Ojalá que estas reflexiones nos sirvan para pensar
la guerra más allá de los héroes y
villanos.
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